La pintura de iconos es un "oficio" religioso, los iconos son elementales en la vida espiritual de las comunidades eclesiásticas ortodoxas. Muestran retratos de santos, imágenes de María y de Cristo. Sus pintores siempre permanecen en el anonimato. La pintura de iconos ya era habitual en el Bizancio medieval. Se utilizaron motivos predefinidos. Las expresiones faciales, los gestos y los colores también se prescriben hasta hoy. Pero sólo con la inscripción un icono cristiano adquiere su valor religioso.

Se "escribe" con colores al temple sobre madera. El fondo del cuadro está dorado, para lo cual se utilizaba incluso pan de oro en los iconos antiguos. Los colores tienen un alto valor simbólico. El oro es el color de la luz divina, el rojo claro el de los mártires, el verde y el azul representan la creación, el morado lo divino. Los iconos no tienen deliberadamente una perspectiva pictórica, porque lo divino no necesita un punto de fuga en la distancia. La vista frontal pretende crear una relación inmediata entre la representación y el espectador. A menudo hay varios puntos de fuga en un icono.

Cuando los iconos fueron pintados por personas consideradas menos santas, comenzó un gran auge de iconos. En el siglo XVIII, algunos talleres producían hasta 50.000 iconos al año. El trasfondo espiritual original se perdió, por lo que se introdujo la consagración de iconos. Las imágenes se llevaban a la iglesia para ser examinadas, se rezaba y se rociaba agua bendita sobre ellas. Un icono consagrado permanece en el altar durante 40 días como recordatorio de los valores de una vida piadosa.